El dietario
Josep Ramoneda, ayer en Hora 25:
En los últimos tiempos, entre los desmanes de la policía y las mentiras de la guerra de Irak y el aumento de la corrupción, el mito del carácter ejemplar de la democracia inglesa (sic) se ha ido desvaneciendo. El escándalo del abuso en el uso de recursos públicos por parte de los diputados ha sido otra embestida a su prestigio. Hay sin embargo algo que todavía marca alguna diferencia. La rapidez en la reacción. Con dimisiones y con un pacto entre los partidos para cambiar unas normas obsoletas, endogámicas a ineficientes que favorecían la corrupción. En otros países, por ejemplo el nuestro, los escándalos se suceden pero casi nunca pasa nada.
Lo había dicho Trillo en otros tiempos: la responsabilidad de un subordinado es imputable al jefe. A la hora de la verdad lo ha olvidado. El PP forzó la dimisión del ministro Bermejo por la imprudencia de coincidir en una cacería con Garzón. Ahora el propio PP considera que Trillo no debe dimitir pese a haber sido el responsable político de los acontecimientos que han llevado a tres militares a la condena penal. Esta es la alucinante doble vara de medir de la derecha.
Las continuas revelaciones sobre la circulación de dinero ilícito en el entorno del PP y la extravagante y aparentemente arbitraria reacción de su dirección obliga a formular la pregunta: ¿es Rajoy un presidente interino del PP que está allí hasta que la olla acabe de explotar por completo? ¿Está ya el recambio esperando?
El espectáculo que ha dado el Parlamento, convertido en un verdadero zoco de la política para salvar al gobierno, es lamentable. El presidente recuperó la iniciativa política en el debate del estado de la nación repartiendo peladillas en todas direcciones bajo la apariencia de ofensiva contra la crisis. Después, para salvar las votaciones, ha quitado todo el azúcar de los caramelos. El populismo tiene estas cosas, y la incapacidad de pactar las propuestas antes de hacerlas también. Pero eso no es serio, señorías, y la culpa es del gobierno, pero también de todos los que se han prestado al juego. ¿Qué hace una persona decente como Alonso en un papel tan triste?
En los últimos tiempos, entre los desmanes de la policía y las mentiras de la guerra de Irak y el aumento de la corrupción, el mito del carácter ejemplar de la democracia inglesa (sic) se ha ido desvaneciendo. El escándalo del abuso en el uso de recursos públicos por parte de los diputados ha sido otra embestida a su prestigio. Hay sin embargo algo que todavía marca alguna diferencia. La rapidez en la reacción. Con dimisiones y con un pacto entre los partidos para cambiar unas normas obsoletas, endogámicas a ineficientes que favorecían la corrupción. En otros países, por ejemplo el nuestro, los escándalos se suceden pero casi nunca pasa nada.
Lo había dicho Trillo en otros tiempos: la responsabilidad de un subordinado es imputable al jefe. A la hora de la verdad lo ha olvidado. El PP forzó la dimisión del ministro Bermejo por la imprudencia de coincidir en una cacería con Garzón. Ahora el propio PP considera que Trillo no debe dimitir pese a haber sido el responsable político de los acontecimientos que han llevado a tres militares a la condena penal. Esta es la alucinante doble vara de medir de la derecha.
Las continuas revelaciones sobre la circulación de dinero ilícito en el entorno del PP y la extravagante y aparentemente arbitraria reacción de su dirección obliga a formular la pregunta: ¿es Rajoy un presidente interino del PP que está allí hasta que la olla acabe de explotar por completo? ¿Está ya el recambio esperando?
El espectáculo que ha dado el Parlamento, convertido en un verdadero zoco de la política para salvar al gobierno, es lamentable. El presidente recuperó la iniciativa política en el debate del estado de la nación repartiendo peladillas en todas direcciones bajo la apariencia de ofensiva contra la crisis. Después, para salvar las votaciones, ha quitado todo el azúcar de los caramelos. El populismo tiene estas cosas, y la incapacidad de pactar las propuestas antes de hacerlas también. Pero eso no es serio, señorías, y la culpa es del gobierno, pero también de todos los que se han prestado al juego. ¿Qué hace una persona decente como Alonso en un papel tan triste?
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