Ya hace 451 años... igual que ahora
Revista Andalucía en la Historia, editada por Centro de Estudios Andaluces. Número 26, octubre de 2009. Al hilo de la polémica que nos ocupa desde hace más de un mes, quiero destacar el artículo aparecido en esta publicación, "1559, jaque al libro", de Manuel Peña Díaz (Universidad de Córdoba). Ni lo voy a copiar entero, ni a escanear. Tampoco está disponible para visionado online, aunque supongo que el número aún se puede pedir en la web. Sólo serán unas breves pinceladas, que se dice.
El Índice de Valdés, Inquisidor General y Arzobispo de Sevilla. "En agosto de 1559, se promulgó un índice de libros prohibidos que se convirtió en el símbolo de la represión ideológica de la larga historia del Tribunal de la Santa Inquisición. El Arzobispo de Sevilla e Inquisidor General, Fernando de Valdés, fue el impulsor de este mecanismo de control que ignoró el Índice romano de Paulo IV, publicado unos meses antes". En lo que hoy es España, "los impresores y libreros sevillanos fueron, con mucha diferencia, los más damnificados", señala el texto.
"En 1551 se promulgó el primer índice de libros prohibidos, en realidad se trataba de una reedición del Índice de Lovaina con un apéndice de los libros que ya había prohibido la Inquisición en España. En 1554 el Santo Oficio ordenó censurar las ediciones de la Biblia y la Corona otorgó la facultad de dar licencias de impresión (censura previa) al Consejo Real. En 1557 fue detenido Julián Hernández después de introducir libros heréticos en Sevilla procedentes de Ginebra" (...) "En 1558 se arrestaba, entre otros, al prestigioso canónigo de la Catedral de Sevilla, Constantino Ponce de la Fuente".
Se había descubierto un foco luterano o protestante en Sevilla y otro en Valladolid, y amenazaban con expandirse. "El sector más reaccionario encastrado en el poder desplegó todas sus armas y, en apenas año y medio, Valdés encargó y supervisó la elaboración de un índice con 699 libros prohibidos marcado por el miedo a la libre interpretación, por la hostilidad hacia la espiritualidad autóctona, a lo supersticioso y a lo erróneo". "En el verano de 1559 se promulgó dicho catálogo en el que se incluían obras de Erasmo, las de autores espirituales respetables como Fray Luis de Granada, el jesuita Francisco de Borja, el maestro Juan de Ávila o el arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza -al que se arresta ese mismo año-", después traducciones de la Biblia, libros arábigos y hebraicos... También, por primera vez, obras en castellano como piezas de Gil Vicente, Juan del Encina, Torres Naharro, el Lazarillo de Tormes... "Hasta el siglo XVIII ningún indice volvió a arremeter tan duro contra la literatura española", apunta el autor.
"(...) De la inquietud se había pasado al pánico, las inspecciones de librerías e imprentas ya no eran amenazas. Los editores eran recelosos a imprimir libros espirituales, la inversión podía convertirse en ruina. La censura inquisitorial se aplicaba sobre el libro ya publicado, el golpe económico al editor podía ser mortal si la edición se confiscaba y terminaba por destruirse la tirada completa. Son conocidas las protestas de libreros valencianos en 1557 porque se les habían retenido gramáticas anotadas por escritores heréticos (...) En 1560 fueron los libreros e impresores salmantinos los que pedían una compensación económica -¿de qué me suena eso?- por el secuestro de libros de resultas del Índice de Valdés (...)". Ese mismo año los impresores y libreros sevillanos también protestaron al Santo Oficio porque había, dice un documento de la época que cita, "algunos libros de romance buenos en que leen niños, como Cid Rui Díaz, y Infante don Pedro, y Abad don Juan, y otros semejantes los cuales nunca tuvieron nombre de autor y por esto no osamos imprimirlos". "La destrucción material", finaliza, "fue el mayor impacto del Índice de 1559: una parte de la producción editorial andaluza desapareció para siempre".
Leyendo estas cosas, uno se asombra más todavía de estupideces como las vertidas ayer, precisamente por un andaluz, el escritor Antonio Muñoz Molina, en El País, que le debe parecer que estamos en la Edad Media, que no en el siglo XXI, y él y otros como él quieren perpetuar unos privilegios que ellos ven derechos. ¿Ve el señor académico amenazados la industria editorial o la propiedad intelectual o los derechos de autor por la explosión de lo digital? ¿A eso le considera amenaza? Pues qué hubiera dicho de estar en la Sevilla de 1559, aquello sí que era destruir cultura, y no lo de ahora, que está más que nunca al alcance de todos...
El Índice de Valdés, Inquisidor General y Arzobispo de Sevilla. "En agosto de 1559, se promulgó un índice de libros prohibidos que se convirtió en el símbolo de la represión ideológica de la larga historia del Tribunal de la Santa Inquisición. El Arzobispo de Sevilla e Inquisidor General, Fernando de Valdés, fue el impulsor de este mecanismo de control que ignoró el Índice romano de Paulo IV, publicado unos meses antes". En lo que hoy es España, "los impresores y libreros sevillanos fueron, con mucha diferencia, los más damnificados", señala el texto.
"En 1551 se promulgó el primer índice de libros prohibidos, en realidad se trataba de una reedición del Índice de Lovaina con un apéndice de los libros que ya había prohibido la Inquisición en España. En 1554 el Santo Oficio ordenó censurar las ediciones de la Biblia y la Corona otorgó la facultad de dar licencias de impresión (censura previa) al Consejo Real. En 1557 fue detenido Julián Hernández después de introducir libros heréticos en Sevilla procedentes de Ginebra" (...) "En 1558 se arrestaba, entre otros, al prestigioso canónigo de la Catedral de Sevilla, Constantino Ponce de la Fuente".
Se había descubierto un foco luterano o protestante en Sevilla y otro en Valladolid, y amenazaban con expandirse. "El sector más reaccionario encastrado en el poder desplegó todas sus armas y, en apenas año y medio, Valdés encargó y supervisó la elaboración de un índice con 699 libros prohibidos marcado por el miedo a la libre interpretación, por la hostilidad hacia la espiritualidad autóctona, a lo supersticioso y a lo erróneo". "En el verano de 1559 se promulgó dicho catálogo en el que se incluían obras de Erasmo, las de autores espirituales respetables como Fray Luis de Granada, el jesuita Francisco de Borja, el maestro Juan de Ávila o el arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza -al que se arresta ese mismo año-", después traducciones de la Biblia, libros arábigos y hebraicos... También, por primera vez, obras en castellano como piezas de Gil Vicente, Juan del Encina, Torres Naharro, el Lazarillo de Tormes... "Hasta el siglo XVIII ningún indice volvió a arremeter tan duro contra la literatura española", apunta el autor.
"(...) De la inquietud se había pasado al pánico, las inspecciones de librerías e imprentas ya no eran amenazas. Los editores eran recelosos a imprimir libros espirituales, la inversión podía convertirse en ruina. La censura inquisitorial se aplicaba sobre el libro ya publicado, el golpe económico al editor podía ser mortal si la edición se confiscaba y terminaba por destruirse la tirada completa. Son conocidas las protestas de libreros valencianos en 1557 porque se les habían retenido gramáticas anotadas por escritores heréticos (...) En 1560 fueron los libreros e impresores salmantinos los que pedían una compensación económica -¿de qué me suena eso?- por el secuestro de libros de resultas del Índice de Valdés (...)". Ese mismo año los impresores y libreros sevillanos también protestaron al Santo Oficio porque había, dice un documento de la época que cita, "algunos libros de romance buenos en que leen niños, como Cid Rui Díaz, y Infante don Pedro, y Abad don Juan, y otros semejantes los cuales nunca tuvieron nombre de autor y por esto no osamos imprimirlos". "La destrucción material", finaliza, "fue el mayor impacto del Índice de 1559: una parte de la producción editorial andaluza desapareció para siempre".
Leyendo estas cosas, uno se asombra más todavía de estupideces como las vertidas ayer, precisamente por un andaluz, el escritor Antonio Muñoz Molina, en El País, que le debe parecer que estamos en la Edad Media, que no en el siglo XXI, y él y otros como él quieren perpetuar unos privilegios que ellos ven derechos. ¿Ve el señor académico amenazados la industria editorial o la propiedad intelectual o los derechos de autor por la explosión de lo digital? ¿A eso le considera amenaza? Pues qué hubiera dicho de estar en la Sevilla de 1559, aquello sí que era destruir cultura, y no lo de ahora, que está más que nunca al alcance de todos...
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